Pude estar tres meses preparándolo. Pero si ayer hice algo, realmente fue por vuestro ánimo. Si pude verme entrando en el estadio, fue porque me empujasteis. Si pude levantar al final los brazos, fue porque este PoNis Runners Club existe.
Dormí poco. Me desvelé a las cuatro y media y no pude volver a pegar ojo. Hablé a primera hora con una persona muy importante que me espera en Pekín, y me dispuse a prepararlo todo. La camiseta estaba lista desde la noche anterior. Los calcetines que recibí de regalo de cumpleaños PoNi me esperaban limpios dentro de las zapatillas. El cronómetro, completamente cargado. Me puse vaselina donde me recomendaron; cambié de calzonas en un ataque de "antes muerto que sencillo" de estos que me dan de vez en cuando, cuando vi que las de color azul se me mancharon en la ingle, donde más me había untado. Cambié a las negras, me puse el pantalón y la chaqueta, y salí a la calle.
El ambiente antes de salir a una maratón no es descriptible. Se vibra. Hay tanta energía vital dispuesta a ser liberada, que las farolas de la Cartuja podían haberse encendido solas. Música, camisetas por el suelo, ruido, gente meando en las cunetas, gritos en inglés, castellano y portugués. Sí he de decir una cosa: comparado con la salida en Shanghai, definitivamente, el disfrute, igual que ocurre en todos los momentos importantes, es mayor cuando es compartido. Os eché de menos, queridos PoNis. Creedme. A todos y cada uno: con vosotros en ese momento hubiera querido estar.
Ese echar de menos se fue recuperando poco a poco, porque sabía que como las cuentas de un collar, más adelante os iba a encontrar. El bueno de Juanjo me esperaba a los 5k, sin el paquete de churros ;) que debió darle al colega que ganó. Bromas aparte, ese fue el primer chute de ánimo. Seguí corriendo a buen ritmo, más rápido de lo que debiera haber hecho, pero de todo se aprende. Al llegar al hospital de la Macarena, a los 14k, iba mirando hacia los lados buscando a mi querido Bisagra; de tanta gente que había a duras penas nos vimos, pero sabía que nos íbamos a encontrar. Llevaba un cartel dedicado de mis sobrinos, y me tuve que emocionar.
El siguiente encuentro estaba preparado a los 17k, donde esperé a ver a mi madre, que la pobre se llevó el disgusto de no verme, y yo de no encontrarla...me di cuenta entonces de lo psicológico del reto, porque no cruzarme con ella me produjo un pequeño, pero sensible bajón. A los pocos metros, presa aún del extrañamiento, vi a otra persona importante, María Maestro, acompañada de sus amigos Gracia y Paco, que me dieron otro empujón...
"Uy, uy, uy", pensé para mis adentros. Tras no ver a mi madre y cambiar de ánimo luego, supe que la carrera no era de piernas sino de cabeza...y así fue. Pude remontar la recta de Kansas City, dura, larga y seca, sabiendo que poco después de ella iba a estar el gran Miniurgo, con su pequeño Telémaco y Capi, que me volvieron a impulsar a la media maratón, unos cientos de metros más allá. Poco más tarde, al pasar los 21k, oí al corredor de al lado decir para si mismo en voz alta: "Ahora empieza la carrera de verdad"...y fue cuando definitivamente mi ánimo cambió.
Cambió porque sabía que tenían que pasar otros 6k hasta llegar a la nueva cita, la de Eduardo Dato, en la que me esperaban mis padres. Y a ella costó llegar: a la altura de Alcampo intenté acoplarme al ritmo de una chica que iba a una velocidad aparentemente asumible, pero me entretuve en el avituallamiento de la avenida de La Paz cogiendo fruta y agua, que ya me hacían falta, y la vi alejarse. No podía seguirla. Empezaba a sufrir bajando por Luis Montoto: para entonces, ya a los 25k, mis pies no eran pies, sino trozos de carne dolorida envuelta en unas Nike negras. Nada más.
Por eso, tras darle un beso a mi padre al encontrármelo (¡ay, mi madre, qué pena que no pude verla otra vez!), a la altura de Huerta del Rey, me di cuenta de que la cosa iba mal. Sencillamente porque en el acto de detenerme con él, aunque fueron dos segundos, encontré alivio al malestar. Iban ya 27k, y quedaban por delante 15k más. Y la tentación creciente, cada vez más clara, de parar. De poner fin a esa locura dolorosa. De volverme a mi casa e irme a acostar. Así, literal.
Razones había, dicho sea de paso. A lo largo de 12 semanas pude hacer todos mis entrenamientos, pero descuidé la preparación alimenticia, y especialmente, la ingesta de líquidos. Mientras corría, y agravado por el calor, perdí sales minerales, y desde ese momento mis dos pies habían sumado al dolor la rigidez del calambre, desconsolado y frustrante. Dos terceras partes de la carrera habían sido de disfrute. A partir de entonces, os confieso que no disfruté nada. El final de la carrera, en lo físico, fue puro sufrimiento y nada más.
Eso sí, dentro de la crisis hubo un momento de alivio definitivo a nivel mental, que me dio aliento cuando más me faltaba: ver a mi querido Ricar, quien haciéndome fotos con la cámara al final de Manuel Siurot, era el anticipo de que mi querida hermanita Maca y mis sobrinos Carmela y Ricardito estaban cerca, con su prima Violeta. Qué grandes, con sus sonrisas nerviosas y sus carteles. Costaba trabajo, pero el camino de vuelta empezaba entonces: tenía que resistir.
Entonces llegó "el muro". Mira que me lo habían advertido, pero antes de la carrera pensaba que era un mito, tal vez una de estas historias tipo "que viene el lobo" para que siempre estés preparado y no bajes nunca la guardia, y que finalmente nunca se cumplen. Pero no es así: el muro existe. Y es inmensamente alto, tan alto como tu mente lo quisiera hacer. Y a mi cabeza, que recibía solamente las quejas de mis pies, le pasó lo mismo que a Bill Murray en los Cazafantasmas con los marshmallows: hizo al muro tan grande como el Everest.
Pero en el momento crítico, a los 33k, apareció el ángel de la guarda. Javi Torres. Javi, si lees esto, que sepas que esperaba encontrarte, pero la gran sorpresa fue verte con las zapatillas calzadas y en calzonas. Cuando mi cerebro procesó lo que empezabas a hacer por mi, el muro empezó a desmoronarse. Ese gesto de acompañarme no lo voy a olvidar nunca. Llegué con mueca de cadáver, y me dijiste que tenía cara de ir a acabar la carrera seguro ya. Te dije que me disculparas porque ya casi no estaba pa ná, y me respondiste que lo normal era encontrarse mal. Te pregunté si venía bien que parara, y me dijiste que detenerme era una opción con la que no podía contar. Anduve siguiendo tu consejo, bebí del aquarius que me diste, tomé el gel que me alcanzaste, y corrí siguiéndote. Llegamos a la Plaza de España y tu pequeño Lucas corrió con nosotros alrededor del óvalo. Cuando me dejaste en a los 36k, Javi, ya supe que tenía que llegar.
Luego empezaron más calambres, pero junto a ellos, la generosidad del chico que entre el público me aconsejó cómo hacer el estiramiento y me dio una botella de agua. Luego empezaron los parones, pero junto a ellos, los comentarios de la gente que leía mi nombre en el dorsal, y me animaba de manera personal. Llegaron también los problemas de visión -estaba deslumbrado-, pero pude ver de nuevo a María Maestro con Ana, Eduardo, Gracia y Paco, que me volvieron a dar otro empujón.
A duras penas entré en la Alameda. Andaba más que corría, los calambres eran insoportables ya, aunque pensaba que por echar 5k más, que era lo que me faltaba, tampoco al día siguiente me iba a encontrar mejor o peor. La atravesé mirando las caras a mi derecha, hasta que vi de nuevo a quien esperaba encontrar. De nuevo mi querido Bisagra, mi ángel de la guarda definitivo. Detrás de él mi querida María, y mis sobrinos Juanito y Yaguito con sus carteles, sus sonrisas y sus ánimos me hicieron saber no ya que tenía que llegar, sino que realmente iba a llegar.
Bisagra, esos tres kilómetros últimos, que hice a 9'30'', las cosas que nos dijimos, todo eso lo dejamos entre nosotros, porque forma parte de la historia de nuestra vida, en la que siempre he encontrado en ti el apoyo que me ha hecho falta para mejorar. De entonces queda la foto de nuestro encuentro, que siempre en la memoria voy a recordar. De entonces queda también tu retransmisión a los PoNis a través del chat, las fotos, los comentarios grabados, la constatación de que todo el Club estaba pendiente de lo que estaba pasando. De entonces queda la separación en la puerta del túnel, cuando con el nudo en la garganta y las lágrimas en los ojos, me puse a correr como si no hubiera mañana hasta la meta, deseando y contento de acabar.
Terminé, levanté los brazos y me paré: literalmente, no pude dar un solo paso más. Llamé a dos chicos de Protección Civil para decirles que no me podía mover ni para delante ni para atrás. Pasar por la camilla fue un contratiempo, pero la alegría ha sido tanta, que el rato en la enfermería tratándome la fascitis ya está olvidado, y las muletas con las que anduve ayer por la tarde, a esta hora están descansando en una esquina. Las gracias de entonces van a mis padres, que -como siempre- me rescataron en el momento oportuno. Saliendo del estadio en silla de ruedas a las tres de la tarde, ya fui consciente de que todo acababa de terminar.
No sé si a partir de hoy soy otro. Creo que no, pero soy consciente de que desde hace un año y medio, muchas cosas han cambiado en mí. Sin embargo sé que lo de ayer, siendo relevante, es como la espuma que sale al romper las olas: las mareas que las producen tienen otra procedencia, más profunda, vienen de otro lugar. Por eso, queridos PoNis, aunque os hayáis quedado con el gesto mío de levantar los brazos en la meta, en ese sitio estabais todos vosotros, no solo yo. Lo de ayer es de todos.
Gacela, Tirano, Juanjo, Pablo, Miniurgo, Farruco, Terrible, D'Logsli, Bisagra, mi familia y todos los que me apoyasteis: ayer fui espuma, pero realmente vosotros sois el mar.
Con todos mis respetos,
Plax