Vayapor delante que considero a Woody Allen el auténtico, único e indivisible diosdel cine. Y lo seguirépensando después de ver anoche su última película, A Roma con amor,como muestra de confianza en el genio que le resta, y de esperanza en que louse para no volverla a cagar.
Porqueamigos, la mezcla de historias que presenta en el marco de la decadente ciudadeterna es sencillamente infumable: la banal de la americana con el italianoguapete y comprometido, la previsible del arquitecto jovencito que se quiereplimplar a la amiga de la novia, la inexplicable del arquitecto famoso que seconvierte en el Pepito Grillo del arquitecto jovencito, la absurda de Roberto Benignihaciendo de oficinista convertido en famoso, la tontería de la parejita decatetillos que deriva a su vez en la del catetillo con Penélope Cruz y lacatetilla con un actor chorra...sólo conseguí reírme con la surrealista delpadre que cantaba como Caruso en la ducha, que tiene un momento genial...
Pero 7segundos de risa no dan para justificar semejante despropósito...por promocionar Roma, sólo faltó queapareciera el Papa...o en vista de que en los créditos venía la florecita de Mediaset comofinanciadora, a lo mejor debemos dar las gracias porque no haya salido elmismísimo Berlusconi...aunque una película con Aznar y el Cavaliere en VillaCertosa dirigida por Woody Allen podría superar a la mismísima Balassobre Broadway...
Porque después de tamaño bodrio, con todos misrespetos preguntaría al director que más respeto: quillo, Woody, ¿te hacíafalta hacerle una película a Roma? O la más importante: ¿le hacía falta a unaciudad como Roma que tú le hicieras un homenaje?
Insisto,hacia Woody Allen, con todos mis respetos...