No sé por qué, siempre había situado a César Manrique en un tiempo diferente, echándole (tal vez fuera por darle más mérito), entre 10 y 15 años más de los que ayer comprobé que tenía.
El caso es que la visita a su Casa-Fundación me dejó pensativo; más allá de confirmar que su pintura, aunque pueda interesarme, no me guste especialmente (mucho más fina me pareció la selección de pintores españoles contemporáneos que recibe al inicio del recorrido, con Eusebio Sempere, Soto, José Guerrero, Gerardo Delgado, Zóbel...).
Aparte de la colección, fue el propio edificio el que me planteó la gran cuestión. Conociendo los manifiestos sobre arte y naturaleza que el propio Manrique escribió, y los propios posiocinamientos cívicos de su Fundación contra la explotación petrolífera de las aguas de las Canarias; no he podido encontrar mejor ilustración de una manera tan particular y del siglo XX de tratar la naturaleza como la que enseña este lugar.
Porque fue en esta época, entre los años 60 y 80, en que los discursos ecologistas no se habían vuelto hegemónicos, cuando aún era posible que un particular como Manrique, comprara un terreno del valor ambiental que tiene el de la casa, en una impresionante lengua de lava, para fabricarse el rosario de salones subterráneos propio de película de 007 (el diseño es verdaderamente alucinante) dentro de antiguas burbujas volcánicas solidificadas.
Viendo la selección de proyectos que Manrique construyó en la isla, y que poco a poco voy visitando, la posibilidad que existió en ese momento de transformar enclaves que hoy día estarían hiperprotegidos me aparece completamente fuera de nuestro mundo, en que las cautelas acerca de la naturaleza terminan aconsejando en muchas ocasiones la absoluta inacción ante ella: el proyecto de Chillida para Tindaya, abortado en los años 90 (cuando todos ya sabíamos qué era Greenpeace, o escribíamos en papel marrón reciclado), fue ya un claro punto de inflexión en este pulso.
Al disfrutar viendo la manera de manipular lo natural que exhibe Manrique, en el fondo de una de estas burbujas, me acuerdo de la historia de Robinson Crusoe, que de pequeño tanto me fascinaba. Robinson comenzaba un nuevo mundo desde cero, construía un refugio, recolectaba, esclavizaba y sometía a los animales: el más claro ejemplo de nuestra (hoy agotada) civilización moderna. Pienso cómo entre los años 50 y los 80, cuando tanta gente en nuestro país, en Europa, en Occidente, pudieron ser Robinsones, se sentaron las bases del 'mírame y no me toques' que introduce la asepsia y la distancia en nuestra intermediación con las cosas con la que hemos de manejarnos ahora los de nuestra generación.
No es que eche de menos lo que hicieron los Robinsones. Pero habiendo aprendido de sus abusos con el tiempo, creo que ponernos a construir nuestras propias burbujas no estaría de más. Queriendo avanzar, la generación de Manrique tuvo el derecho al fracaso, y no sé por qué aséptica razón nosotros nos lo tenemos que negar.
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