En este fin de semana ocioso que me he regalado, no he podido vibrar más que visionando esa obra de arte universal que marcó el final de nuestra infancia PoNi y la entrada en la adolescencia, a través de una brutal e incomparable dosis de ultraviolencia...Robocop...
Porque Robocop transcurría en un escenario auténticamente PoNi, como era la decadente metrópolis postindustrial de Detroit; en enclaves tan apocalípticos como la siderurgia donde se ven las escenas iniciales en las que masacran a Murphy, y donde se libra la lucha final. La película manejaba conceptos absolutamente contemporáneos, como la estética cyborg, el localizador que era un anticipo del iPod, el USB con forma de pincho que Robocop tenía en la mano, y que tan bien vendría para abrir agujeros donde clavar la sombrilla en Chipiona, o el estilo de vestimenta Don Johnson en Corrupción en Miami que llevaba al final de la película el malo malísimo de las gafitas...todo eso, en los cerebros inmaduros de unos PoNis que a sus escasos 12 años aún no se habían comido ni un colín...
Desde entonces, pocas películas han podido superar su nivel de futurismo y gore, con un Paul Verhoeven, genio aún por reconocer de la cinematografía PoNi, que nos dejaba escenas míticas como los cinco minutos entre el martirio de Murphy y su presentación como Robocop: una introducción progresiva en la mente del cyborg desde el punto de vista y enfoque de una cinta VHS, con esa imagen que va a apareciendo en reflejos, de espaldas, a través de cristales borrosos...hasta que se nos muestra como auténtico PuMa de carne y metal.
Igualmente memorables, la escena del entremamiento de tiro en la comisaría, o la visita de Robocop al hogar de la familia Murphy, incluido el ostiazo final que le pega a la televisión del vendedor de la casa, o la escena donde el malo malísimo atropella a su colega feo feísimo que se había quedado arrugaíto con los residuos tóxicos, o la muerte accidental en el consejo de OCP al inicio de la película, o el propio diseño y animación de los otros robots medio salidos de la Guerra de las Galaxias, que daban miedo por su pinta de cruce entre transformer, insecto y pollo...
Todas ellas escenas de un poema visual que me marcó en su día y que hoy he podido actualizar. Recuerdo que con el cartel de Robocop forré una de las carpetas que llevé en el BUP en el SFP, que con nostalgia aún creo que conservo: no sé si en el remake que se prepara se volverá a tocar el cielo tanto como para un pomelo de hoy día forre su pomela capeta de instituto como yo hice, hay gente pa tó, no lo sé...En cualquier caso, gracias a Paul Verhoeven por ser uno de los auténticos profetas del cine PoNi, a través de una obra que sólo con el tiempo, parece, empezaremos a valorar en su auténtica dimensión...
Con todos mis respetos,
Plax
Porque Robocop transcurría en un escenario auténticamente PoNi, como era la decadente metrópolis postindustrial de Detroit; en enclaves tan apocalípticos como la siderurgia donde se ven las escenas iniciales en las que masacran a Murphy, y donde se libra la lucha final. La película manejaba conceptos absolutamente contemporáneos, como la estética cyborg, el localizador que era un anticipo del iPod, el USB con forma de pincho que Robocop tenía en la mano, y que tan bien vendría para abrir agujeros donde clavar la sombrilla en Chipiona, o el estilo de vestimenta Don Johnson en Corrupción en Miami que llevaba al final de la película el malo malísimo de las gafitas...todo eso, en los cerebros inmaduros de unos PoNis que a sus escasos 12 años aún no se habían comido ni un colín...
Desde entonces, pocas películas han podido superar su nivel de futurismo y gore, con un Paul Verhoeven, genio aún por reconocer de la cinematografía PoNi, que nos dejaba escenas míticas como los cinco minutos entre el martirio de Murphy y su presentación como Robocop: una introducción progresiva en la mente del cyborg desde el punto de vista y enfoque de una cinta VHS, con esa imagen que va a apareciendo en reflejos, de espaldas, a través de cristales borrosos...hasta que se nos muestra como auténtico PuMa de carne y metal.
Igualmente memorables, la escena del entremamiento de tiro en la comisaría, o la visita de Robocop al hogar de la familia Murphy, incluido el ostiazo final que le pega a la televisión del vendedor de la casa, o la escena donde el malo malísimo atropella a su colega feo feísimo que se había quedado arrugaíto con los residuos tóxicos, o la muerte accidental en el consejo de OCP al inicio de la película, o el propio diseño y animación de los otros robots medio salidos de la Guerra de las Galaxias, que daban miedo por su pinta de cruce entre transformer, insecto y pollo...
Todas ellas escenas de un poema visual que me marcó en su día y que hoy he podido actualizar. Recuerdo que con el cartel de Robocop forré una de las carpetas que llevé en el BUP en el SFP, que con nostalgia aún creo que conservo: no sé si en el remake que se prepara se volverá a tocar el cielo tanto como para un pomelo de hoy día forre su pomela capeta de instituto como yo hice, hay gente pa tó, no lo sé...En cualquier caso, gracias a Paul Verhoeven por ser uno de los auténticos profetas del cine PoNi, a través de una obra que sólo con el tiempo, parece, empezaremos a valorar en su auténtica dimensión...
Con todos mis respetos,
Plax
No soy un gran fan de Robocop, pero Verhoeven tocó el cielo con Instinto Básico... Un auténtico genio.
ResponderEliminar