Queridos amigos,
Disculpad que os moleste
con un nuevo post flipado. Deformación profesional…y como diría el Farruco, “demasiada
pasión por lo suyo”…
Hacer un viaje planeado
desde hace tiempo, en estas circunstancias, siempre es una liberación. Si
además ese viaje no es a la parte “PIGS” de Europa, sino a la parte
de la “ternera lechal”, pues se convierte en una motivación extra…un mundo que
se ve activo, todavía optimista a pesar de la que cae en todos lados, vibrante
y energizado…
Entre las muchas cosas
que se cargan en el equipaje, son las ideas que siempre rondan en la cabeza de
uno, las que tienen que ver con la arquitectura, las que pueden coger más
fuerza a partir del contacto directo con la ciudad, sólo paseando, o con las
visitas a edificios que sabes que tienen algo que decirte y has ido apuntando a lo largo de años
pacientemente en la agenda.
Entre
los que tenía apuntados desde hace tiempo estaba el Palais de Tokyo. Un
edificio de los años 30, destinado a exposiciones de arte contemporáneo, que
fue transformado hace ya 11 años por la pareja de arquitectos que ya os presenté
hace tiempo en el post La lección postSan Telmo, o la belleza de la inacción, Lacaton y Vassal, monstruos
impulsores desde hace dos décadas de la economía de medios como opción estética
pobre, frente a las “bazofias nikeizadas” del mundo de la arquitectura
representadas por la pandilla basura de la inefable Zaha Hadid (la de la
biblioteca del Prado, “Sara Jadí” según el Farruco), el demente Peter Eisenman
(el de la ciudad de la cultura de Santiago de Compostela), y el vomitivo
Santiago Calatrava (al que por sus obras conoceréis).
Hace 11 años, cuando los
arquitectos del mundo mundial tiraban fuegos artificiales celebrando la
demencia de políticos metidos a faraones, esta pareja de arquitectos optó por
coger el Palais de Tokyo y despojarlo de todo aquello que cabía considerar
innoble; básicamente los revestimientos de escayola con los que la arquitectura
de ese tiempo se vestía de forma exhibicionista y banal. Falsos techos y
recubrimientos de pilares fueron demolidos, las piedras nobles de suelos y
escaleras, mantenidas, y la opción de dejar la estructura completamente
descarnada, desnuda y vista, fue celebrada internacionalmente, aunque no del
todo comprendida por los críticos, que la llegaron a tachar de boutade, o gesto
arquitectónico freak.
Visité el Palais de
Tokyo en 2006, y flipé. Cuando supe hace un par de semanas de la inauguración
de la ampliación que los mismos arquitectos han hecho sobre el mismo edificio
en Abril de este año, inmediatamente el Palais de Tokyo fue a la lista.
A todos aquellos que lo hayáis visitado o lo visitéis, os podrá resultar chocante encontraros en un edificio que parece prácticamente en ruinas, en base a la continuación de la misma operación de despojamiento que los arquitectos hicieron en su día. Las nuevas salas, situadas en las alas Sur y Oeste del edificio, solamente han visto cómo desaparecen sus revestimientos, se construyen tabiques de pladur, normales y corrientes en los que se cuelgan las obras, y se colocan instalaciones normales y corrientes, que soportan el funcionamiento normal y corriente de un espacio destinado a la exhibición de arte.
Siendo esta manera de
hacer las cosas completamente coherente con el sitio, lo realmente sorprendente
llega cuando la ampliación del edificio se completa no hacia arriba, sino hacia
abajo, y de repente, nos vemos atravesando la cimentación del edificio como
nuevo espacio expositivo. La operación de excavar completamente el sótano,
dejando visto todo aquello que generalmente está oculto, como si los visitantes
fuésemos hormigas bajo tierra o mirones que nos asomamos bajo las faldas del
edificio, resulta, como dirían mis amigos argentinos, completamente subyugante…
Como subyugante es ver
la nueva escalera principal del edificio, que resulta de la demolición de parte
de la estructura preexistente, en las antípodas de una escalera monumental al
uso, casi un andamiaje de obra que recuerda lo precario del ejercicio de la
arquitectura en estos tiempos estrechos, incluso para los que en Europa siguen
comiendo ternera.
Por eso, no puedo sino
alegrarme de haber podido ir y ver cómo en la arquitectura, pueden seguir
haciéndose cosas con ingenio. Cómo existe un país en el que un presidente tan
cazurro como Sarkozy se deja aconsejar para encargar la que es la obra estrella
de su mandato a estos dos arquitectos, que no consiguen sino ser
extraordinarios a fuerza de ser normales y corrientes. Obra estrella de la
presidencia de Sarko que, recuerdo, han conseguido construir por la sexta parte
de lo que han costado las setas…ahí queda eso, amigo Jürgen, ahí queda eso,
amigo Menteserrín.
Lacaton, Vassal,
Francia, solomillo de Europa, gracias por seguir haciéndome creer en la
capacidad de transformar la realidad que tiene la arquitectura. Desde este post
flipado, os manifiesto todos mis respetos…
Sin duda el edifcio tiene la belleza de lo auténtico, sin revestimiento alguno.
ResponderEliminarIré a la Feria de Sevilla el año que dejen que la portada sean los tubos que la componen, sin catetada alguna que forre el acero.
Este edificio sería inejecutable en España sin el peso de la ley que te obliga a cumplir el Código Técnico, con innumerables capas que hacen aumentar el espesor del muro de hormigón hasta los 40 cm, el falso techo con comportamiento intumescente, o la escalera compartimentada en sectores de incendio con sus vestíbulos previos y sus bellas puertas cortafuegos.
Yo nunca he soportado a los arquitectos faraónicos esos que nombras, por lo que tengo pensado organizar un botellón en el Prado la noche antes de que tiren el cacho ese de biblioteca estúpida que hicieron.
Todavía tengo la esperanza de que Merkel nos intervenga y los inspectores de negro ordenen volar la Torre Pelli. Aunque sólo se por eso, celebraré convertirnos en un land alemán más, hermanado con Rostock o Dresde (mejor que con Baviera o Hesse).
Quizás algún día, y es mi esperanza, en el fútbol, como en la arquitectura, llegue el fin de la época faraónica, y los CR7 y otras estrellitas "couché" sean reemplazadas por nuevas generaciones de Tato Abadía, Calderé, Ruda y Kukleta.
Pero Pla, lo siento, yo ante la visión de un edificio me emociono tan poco como viendo tíos por la calle, por muy guapos que pueda ver que sean. No son como el movimiento de caderas de una tía, que mi radar lo detecta desde la distancia. No es mi pasión.
Un abrazo:
Dein Pablo
Como profano en la materia no tengo absolutamente nada que comentar.
ResponderEliminarComo ciudadano, pienso que la arquitectura, lejos de mejorar la vida de los ciudadanos, se ha convertido en una suerte de lujo generalmente desarrollada por narcicistas que se han alejado de la realidad y de las necesidades de aquellos que financian.
Me cuesta ver últimamente pocas inversiones públicas o privadas en arquitectura que hayan contribuido a algo más que ser una escultura urbana de ladrillos... Y las esculturas normalmente sirven para poco y cuestan más de lo que valen.
Visión de profano.
Un abrazo.
Tienes algo de razón, querido Miniurgo. En los planeamientos urbanos deberían sustituir en muchos casos la denominación de SIPS en las parcelas por la de "mojón a precio de oro".
EliminarPero bueno, la crisis va a acabar con esto y pasarán a ser parcelas "con 1m de matojo".