Por primera vez en mucho tiempo, he pasado la tarde cogiendo olas, como cuando me iba con mis hermanos y mis primos a la playa, en las mareas de Santiago.
Es curioso recordar la sensación. Te acercas demasiado, y la ola te pasa por encima. Te alejas un poco más, y la ola irremisiblemente rompe y te golpea. Hace falta estar en el sitio justo, con la ola justa.
Con la práctica, son más las veces que coges bien el sitio. Esperas que la ola se acerque, y resistes el empuje que la antecede clavando los pies en la tierra. Hay veces, las felices, que das el salto en el momento adecuado, y la ola te arrastra con fuerza hasta la orilla.
Otras, en las que parece que todo está preparado para que sea la ola perfecta, te descabalgas, y por más que intentes impulsarte con los brazos y las piernas en la misma cresta, la ola te pasa y te quedas atrás viéndola avanzar.
Ha habido veces en la vida que las olas me han llevado lejos, casi hasta la arena seca. Otras me han dado tumbos, haciéndome pensar cuando me levantaba en la inconsciencia del riesgo. Otras, por más que me he impulsado, nunca me pudieron llevar a ningún sitio.
Hoy por la tarde, cogiendo olas, he pensado a dónde me llevarán las siguientes. En cualquier caso, tanto en la playa, como en las olas de la vida, una y otra vez me levanto, me coloco en el buen sitio, espero la siguiente y lo vuelvo a intentar.
Por eso a veces se me antoja pasar la vida abandonándome, como me dejo llevar una tarde cualquiera por las olas en el mar.
Es curioso recordar la sensación. Te acercas demasiado, y la ola te pasa por encima. Te alejas un poco más, y la ola irremisiblemente rompe y te golpea. Hace falta estar en el sitio justo, con la ola justa.
Con la práctica, son más las veces que coges bien el sitio. Esperas que la ola se acerque, y resistes el empuje que la antecede clavando los pies en la tierra. Hay veces, las felices, que das el salto en el momento adecuado, y la ola te arrastra con fuerza hasta la orilla.
Otras, en las que parece que todo está preparado para que sea la ola perfecta, te descabalgas, y por más que intentes impulsarte con los brazos y las piernas en la misma cresta, la ola te pasa y te quedas atrás viéndola avanzar.
Ha habido veces en la vida que las olas me han llevado lejos, casi hasta la arena seca. Otras me han dado tumbos, haciéndome pensar cuando me levantaba en la inconsciencia del riesgo. Otras, por más que me he impulsado, nunca me pudieron llevar a ningún sitio.
Hoy por la tarde, cogiendo olas, he pensado a dónde me llevarán las siguientes. En cualquier caso, tanto en la playa, como en las olas de la vida, una y otra vez me levanto, me coloco en el buen sitio, espero la siguiente y lo vuelvo a intentar.
Por eso a veces se me antoja pasar la vida abandonándome, como me dejo llevar una tarde cualquiera por las olas en el mar.
Me has recordado algo que he hecho durante mucho tiempo, pero que ahora... No es difícil, pero hay que cogerle el punto.
ResponderEliminarEs curioso, Francisco, pero mi reacción al llegar a la playa y ver el mar con el tipo de olas adecuado es automática...me meto en el agua y puedo pasar horas...
ResponderEliminarUn abrazo!
No pienses mucho mientras coges las olas, no te vayas a ahogar.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
¿Este post es una metáfora o de verdad has cogido las olas?
ResponderEliminarUn abrazo quillo.