Hace un par de años me fui con mi hermano Gonzalo, a una de
esas cosas que cobran sentido e intensidad cuando se hacen entre hermanos, ya
sean de sangre -como este caso- o de espíritu.
Nos propusimos dar la vuelta a la Alpujarra en bici de
montaña: la mítica ruta “Sulayr”. Nuestras alforjas al mínimo pero con el
equipo necesario para sortear cualquier imprevisto. Iríamos bordeando la cara
sur de Sierra Nevada manteniéndonos sin grandes cambios de cota, por pistas y
cortafuegos hasta Trevélez, desde allí cruzar el valle y recorrer la falda
norte de la Contraviesa, hasta el punto de partida, Lanjarón.
El episodio que ha resonado últimamente en mi interior,
adornado por la pátina del tiempo, ocurrió justamente en esa aventura:
Ese día llevábamos más de cuatro horas en bici y estábamos
en ese punto en el que nos imaginábamos ver, por fin, entre bruma, riscos y divisorias
montañosas…, la silueta de Capileira. Subíamos ligeramente en pendiente. Esta
sí -decíamos- cuando pasemos esa curva
tiene que verse ya el pueblo… Él, unos metros por detrás de mí, la sombra de un
viejo tronco en su cara y yo a punto de tomar la curva: Farruco ¿no escuchas el
sonido del agua? En mitad del recodo no podía oír nada, pero unos metros más
abajo y después de una pronunciada cuesta abajo ALLÍ ESTABA.
Pero no era el pueblo, ni tampoco había rastro de su inminente
proximidad como postes, cables de luz, etc. Nos encontramos con otro tipo de
visión. El deshielo acelerado de las últimas semanas había formado un poderoso
arroyo que había arrasado parte de la montaña creando un profundo surco que
cruzaba la pista por la que íbamos y se desparramaba hacia abajo por la cuenca
de la vaguada. Una mirada más atenta revelaba que debió pasar no hace mucho. El
agua helada descomponía en terrones la pared vertical, movía las piedras
sueltas del suelo y arrastraba algunos troncos y ramas sueltas. Un par de
árboles estaban a punto de ser vencidos, con medio cuerpo de raíces volando. Espuma,
crujidos y sonido de piedras chocando.
Cuatro horas y pico en bici subiendo…, el pueblo ahí en la
vuelta de la esquina… ¿Hemos venido aquí para eso no? Este arroyo no nos va a
parar. Esto es lo que queríamos ¿verdad? Sin pensarlo mucho y con el “farruquismo”
que nos caracteriza… no hay otra: HAY QUE CRUZARLO.
Todavía no habíamos comprendido que hay cosas que no se
pueden vencer. Si ese no es tu camino, el camino no te dejará avanzar. Moldeará
y curvará el espacio-tiempo a su antojo. Viajará al pasado el tiempo necesario
para poner allí la semilla de un nuevo obstáculo que ocurrirá de imprevisto delante
de ti, justo en ese momento. Y te hará creer, sutilmente, que los
acontecimientos ocurren uno detrás de otro de forma lineal o, en todo caso, por
pura casualidad.
Planificamos como íbamos a hacerlo, el lugar menos profundo
y con menos empuje, las piedras menos resbaladizas. Esa bajada es imposible,
pero ¿y si desenganchamos las alforjas y nos agarramos a las raíces…? Ah… y cuerdas
por si la corriente nos arrastra… y luego ¿cómo subir esa pared vertical de
arcilla? Ya veremos, seguro que se nos ocurre algo. Mira, por allí parece que
pierde verticalidad y se forman varias bancadas… Venga Gonzalo¡¡¡ Never
sourrender¡¡¡
Alforjas al suelo, músculos en tensión, empieza la operación…
Demasiado peso para un solo brazo pero no puedo dejar caer la bici encima de mi
hermano, así que aprieto con más fuerza. Pequeño tirón en el hombro, la
adrenalina empieza a subir y el tiempo a detenerse. Se rasga la camiseta y
adviertes un corte en el brazo que no te has dado cuenta porque no sientes casi
nada… solo leves pinchazos. Tu mente está tan atenta a todo movimiento que te
rodea, que no hay lugar para ninguna lamentación. Buscas un lugar seguro para
apoyar el pie entre rocas que se mueven. El cambio de visión una vez abajo, en
el surco, pone de manifiesto otra perspectiva del peligro: ese tronco gordo de
pino, con sus ramas cortadas y afiladas es una trampa mortal… y parece que se
va a soltar de un momento a otro. Piensas en el agua y justo en ese momento, te
das cuenta del sonido ensordecedor de ese caudal, entre espirales en la
corriente y remolinos de nubes de gotas pulverizadas. ¿Y si mi hermano me
estuviese llamando…? yo no podría escucharle. Efectivamente, miro hacia arriba
y ahí estaba él gesticulando como en una película de cine mudo.
No me he dado cuenta que tengo ya un pie en el agua
congelada. Esas vibraciones que siento en el pie ¿no serán rocas chocando contra
mi tobillo? No quiero mirar, tengo que estar atento a la trayectoria de caída de
la alforja. En medio de esa hondonada, un simple matorral de zarza me pone ahora
en jaque, ya he sentido varias veces sus afiladas agujas y debo cambiar de
posición porque al final sé que me ganará.
Bicicleta arriba, pero el agua empuja con mucha fuerza. Golpes,
sacudidas, el brazo negro por la grasa de la cadena, los dientes del plato grande
han atravesado la capa de nylon haciendo estragos en mi cadera… Todo es
afilado, puntiagudo, hiriente. Todo se clava en todas partes. En este escenario
todo lo que te roza te hace una herida. Pero sientes también que una fuerza
sobrehumana te está empujando, vas con absoluta certeza. Tu mente está atenta únicamente
a cada uno de los obstáculos que se le presentan. Las cosas del día a día
quedaron atrás. Estás fuera del tiempo, todo lo anterior pasó en otra vida.
Y ¿cómo subir? tendones llevados al límite, manos raspadas…,
ahora es cuestión de tiempo y técnica. Aparece el agotamiento por fatiga, los
músculos simplemente no te responden y los errores son más frecuentes. Mi
hermano, que es mucho más fuerte, toma el control de la operación, levantando
en pulso el material desde lo alto. El sol arriba nos castiga fuertemente, han
pasado ya varias horas… Estamos a pie de pista, con los bártulos y las bicis
tiradas en el suelo. Nos miramos: empapados, el cuerpo destrozado y la ropa
hecha jirones. Hemos vencido nosotros. Prueba superada.
Es tanta la emoción que sentimos que no pensamos en
descansar. Venga, nos daremos un homenaje en Capileira que está ahí ya… Con una
satisfacción increíble dentro de nosotros, empezamos a pedalear, llevando ese
cansancio y esas heridas como prueba de nuestro triunfo…
Pero, como decía anteriormente: “Si ese no es tu camino, el
camino no te dejará avanzar. Moldeará y curvará el espacio-tiempo a su antojo.
Viajará al pasado el tiempo necesario para poner allí la semilla de un nuevo
obstáculo…”
Y así fue… giramos el siguiente recodo de la silueta de la
montaña y allí estaba el pueblo, blanco y majestuoso delante de nosotros, con
cubos de casitas blancas que se desparramaban por la ladera oeste. Por fin, ya
vamos a llegar. Bien¡¡ casi lo podemos tocar con la mano. Nos espera el reposo,
el bienestar, la acogida, la ducha, la comida, la botellita de vino, el recrearnos
contándonos las experiencias del día, las sonrisas de complicidad… la satisfacción.
Pero no, no puede ser. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de
arriba abajo, una sospecha, una intuición… una premonición. Ostras no¡¡¡ Veo la
misma escena repetida simétricamente pero cada uno ocupando la posición ya
vivida por el otro: ¿No escuchas el agua? me veo diciendo a mi hermano con una
voz que casi no era mía. La misma sombra en mi cara, la misma curva… Espera,
esto no puede ser…
Y delante de nosotros -por arte de magia- se manifestó
aquello que ahora ya sé que tenía que manifestarse. Un poderoso arroyo cruzaba
la pista, dos veces más monstruoso que el anterior. Una cascada de agua
totalmente infranqueable, con una violencia increíble. Petrificados, nos dimos
cuenta de la gravedad del asunto. El pueblo nos miraba serenamente desde el
otro lado.
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Parece que la historia es hasta aquí, que ya tiene por sí
misma su sentido. Una fábula terrorífica para niños de los hermanos Grimm o
algo así. Un sueño de esos que vas a coger el tesoro y justo delante de tus
propias narices el tesoro se desvanece y te despiertas. Y quieres creerte que
todo es una gran broma, incluso te lamentas de porqué te pasan a ti
continuamente estas cosas. Pero estaba con mi hermano, ese gran genio, esa
fuerza de la naturaleza, ese filósofo…
Entre el espanto, la rabia y el cansancio, rebrota de nuevo
mi impulso vital y me acerco a la cascada. Como un perro de presa me pongo en
guardia y empiezo a rastrear los puntos débiles del enemigo que tengo delante
de mí. Vale, por aquí no… pero un poco más abajo… esto nos llevará horas… Otra
opción sería si nos saltamos las vallas y con la bicicleta al hombro trepamos…
Nervioso, perdida toda objetividad, me acerco al precipicio, miro, me doy la
vuelta… Tenso, cabreado, muy cansado, herido, con todo mi ser hacia el
interior,… sin ver y sin oír nada no podía escuchar la voz de mi hermano desde
atrás. No, no me puedo rendir. Ese pueblo me está mirando y yo voy a llegar
hasta allí sea como sea. Y si no… ¿Qué sentido tiene que me esté mirando?¿Se
está riendo de mi?
Entonces siento la mano firme en mi hombro. Su voz
tranquila. Me doy la vuelta, su mirada serena rebuscando algo, quizá que me quedara
en silencio total para poderme decir lo que tenía que decirme.
Farruco, escúchame, mírame. Vamos a hacer lo siguiente, que
se nos hace tarde y tenemos que llegar al pueblo antes de que anochezca -no había
ninguna duda ni preocupación en su mirada- Nos vamos a dar la vuelta porque esta
cascada, aunque queramos, no la podemos pasar. Tenemos que volver a vadear el
río de antes, volver por nuestros propios pasos bajando y buscar un sendero
hasta la carretera nacional que llega al pueblo y desde ahí subir. Pero como
estamos cansados y no hemos comido nada, lo mejor es que hagamos una parada
para recuperar fuerzas.
Más que con la voz, creo que me lo dijo por telepatía o
directamente por el tacto. ¿Qué ocurrió a continuación? Desapareció toda mi
preocupación, toda mi tensión, todo mi bloqueo. Acepté la mejor verdad posible.
Su verdad fue más fuerte que la mía porque no tenía ninguna vibración de
desesperación, de miedo, ni de angustia. Es decir, tenía pureza.
Si no hubiera estado su presencia allí, me hubiera quedado obcecado,
bloqueado (como tantas veces me he quedado en la vida y puede que últimamente me
encuentre). No me hubiera rendido A LO QUE ES y estaría aún hoy allí, mirando
al pueblo pero sin poder superar la cascada. Cada vez con más heridas, cada vez
más debilitado, cada vez más ciego y más molesto con mi realidad… Mi mundo se
hubiera quedado allí, reducido a eso.
Y una vez más, mi hermano, ese espíritu poderoso y sereno que
me han puesto al lado, me llevó hasta ese lugar sin salida, para mostrarme la
forma de escapar. Al igual que hizo el fantasma de Virgilio con Dante por el
infierno, o el abate Faria con Montecristo. ¡¡Gonzalo!! ojalá hubieses sido tú
mi hermano mayor, para haberte tenido desde pequeño como referencia.
Esa tarde, llegamos tranquilamente a Capileira llenos de
emoción. Nada más retroceder unos kilómetros encontramos rápidamente un camino que
resultó ser muy interesante. Todo se nos olvidó mientras apuramos los frenos en
un descenso muy técnico rodeados de un paisaje espectacular. El pueblo, que
unas horas antes parecía reírse de nosotros, nos recibió con los brazos
abiertos, estaba deseando que llegáramos para darnos lo mejor de él mismo. Nos quedaban tres días más de travesía.
Por que sigamos viviendo estas cosas.
Un abrazo.
Farruco.
Me ha emocionado tú post farruco...te animo a que escribas más por éstos foros.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eh, D'logsli...y por favor, no dejéis de pegar crujíos...
EliminarUn abrazo
Farruco, lo hemos hablado tantas veces...los fenómenos de hermanos que tenemos nos ofrecen en todo momento su referente, nos sirven de inspiración. No has podido expresarlo mejor que deseando que Gonzalo hubiera sido tu hermano mayor...
ResponderEliminarMe has emocionado también. Aparte del valor real de la historia que cuentas, por el sentido que encierra y que con tanto acierto explicas, sin faltar al estilo de Edgar Allan Poe, que se cuenta entre tus máximos referentes.
Sabes en primera mano mi sensación reciente de incertidumbre, de la zozobra que últimamente me asalta, y por eso recojo la lección de esto que escribes y dejas. Has acertado como poca gente acierta, Farruco. Por eso me atrevo a calificar esto que has escrito no como un post, Farruco...lo que has depositado aquí es una auténtica Parábola...
Un abrazo
Lo mismo te digo Farruco, me han llegado hasta los higadillos dos cosas de tu post, y que últimamente estoy descubriendo alucinada. Una que mi hermano es un crack y que llevo toda la vida sin verlo, o viendo solo una pequeña parte de él. Y dos que yo no soy Dios, ni siquiera su prima shica, y que rindiéndome ante la vida, dejo que ésta siga su curso, y que me llegue lo que me tenga que llegar. Este post, para los maníacos del hacer, del no parar, del insistir una y otra vez y del aquí estoy yo y esto lo consigo si o si, nos viene de perlas. Gracias.
ResponderEliminarFarruco, me has pegado un pellizco con tu post. Tan sólo deciros; por suerte sois vosotros nuestros hermanos mayores, nuestros referentes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gran post Farru.
ResponderEliminarYo, como bisagra, soy de los hermanos menores. Y él tiene toda la razón.
Como sabéis, yo me parezco a mi hermano, en lo físico y en lo mental, lo que un huevo a una castaña, pero aun así, siempre fue mi referente.
Abrazos.