El cambio que supuso venirme a vivir a Nervión tuvo consecuencias de todo tipo, positivas todas ellas a larga vista. La de haber perdido hábitos nocturnos es la que resulta más palpable. Llevo una vida de fin de semana generalmente apacible; y la práctica del levantarme sábados y domingos a las 7 de la mañana para aprovechar el día, si antes era frecuente, ya se ha convertido en habitual, casi diría que necesaria.
Otra ha sido el redescubrir el placer de andar. Dejar de vivir en el centro histórico de la ciudad ha dado paso a vivir en su centro geométrico. Todo entra dentro de un radio razonable de alcance a pie. En 45 minutos máximo, puedo garantizar que llego a cualquier sitio, a la Universidad, a casa de Miniurgo, de Tirano o de Juanjo. Tardo más que yendo en bici, pero no he de pensar en dónde dejarla. El robo de la primera Bianchi me dejó traumatizado y cuido la segunda como oro en paño.
Andando me doy de bruces con la belleza de algunas cosas: sólo hay que estar atento, y mirar con lentitud para descubrir edificios como montañas en los que nunca había reparado, en graffittis de toreros dibujados en lugares inverosímiles, o el pintoresquismo de una casa de molduras sin la más mínima moldura en su fachada. Ir con los auriculares puestos, siempre escuchando la radio, sirve para aprender, escuchar voces lejanas y cruzarme con canciones que, igual que lo que veo, tal vez no cambien el mundo, ni la historia de la arquitectura, ni del humor ni de la música, pero que me acompañan. Aquí os lo dejo para que os acompañen en esta mañana tan rara de Marzo.
Abrazos
Plax
Cuando vivía cerca de donde vives ahora, iba siempre andando a todas partes. De lo mejor que tiene nuestra ciudad cuando no llueve, y la privilegiada situación de tu nuevo barrio es que se puede disfrutar de todo lo que andar te permite.
ResponderEliminarQue sigas disfrutándolo.
Un abrazo.