viernes, 24 de mayo de 2013

El rayo verde

Recuerdo cuando busqué El rayo verde con la persona tan importante con la que acabo de cenar por librerías en un sitio, y en otro, y en otro y en otro, sin resultado, hasta que en el lugar más inesperado, una tienda de viejo en Buenos Aires, resultaron tenerlo.

La persecución del libro por parte de esta persona tan importante fue, a fin de cuentas, parecida a la que emprende Helena Campbell, la protagonista de esta maravilla de Julio Verne: el paso de un lugar a otro, cada cual aparentemente más adecuado y desafortunadamente malogrado, hasta que el día que tiene que ocurrir, ocurre, y el rayo verde finalmente se manifiesta y se ve...o no se ve.

Pocos escritores hay en el mundo, de los que hasta ahora conozco, que como Verne consigan deslumbrar presentando situaciones y acompañándonos por escenarios con tanta libertad y detalle: la caza del rayo por toda la costa occidental de Escocia, desde Oban hasta la isla de Staffa, es una auténtica guía de viaje, que en su riqueza asombra en este siglo XXI de telegramáticos Lonely Planets y lacónicos Trivagos. La descripción de la Gruta de Fingal, de la transparencia del agua, la solidez prismática de sus columnas de basalto, la luminosidad y la reverberación del espacio, es un bocado delicioso, que queda para la historia universal de mi literatura personal.


Queridos amigos, es difícil de encontrar, pero encarecidamente os recomiendo que busquéis vuestro rayo verde. Después de recibir el libro de otra persona importante como regalo en mi cumpleaños, ya conozco el itinerario para hacerlo. A partir de ahora, solo espero algún día terminar subido en una cresta, hasta que en el último fulgor esmeralda de la puesta del sol aparezca, y entonces, finalmente, lo vea...o no lo vea.

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