Menú de la comida de ayer para seis personas en restaurante de lujo de Mianyang (pagaba el Partido):
- Verdura hervida no identificada con crema de cacahuete picante
- Lechuga hervida con soja picante encima
- Ajos fritos
- Cacahuetes fritos picantes
- Tacos de pescado no identificado picante frito
- Berenjenas con carne no identificada picante frita
- Carne no identificada con verduras no identificadas picantes (en sopa densa)
- Carne no identificada con verduras no identificadas picantes (en sopa más líquida, con tallarines)
- Tallarines de arroz picantes
- Tallarines picantes con carne no identificada picante
- Pollo picante con batata picante con espurreado de sésamo picante
- Pato ahumado (no pica, pero tenía la boca ya ajín)
- Dumplings rellenos de miel y sésamo (tampoco pica)
- Filete de ternera troceado (no pica)
- Sopa picante de tallarines picantes con cilantro (un bol para cada comensal)
- Papaya abierta por la parte de arriba, con sopa de papaya y almíbar en el interior con lo que parecen trozos de medusa gelatinosa transparente flotando (una papaya por cabeza, no pica y está rico)
- Pimiento extra carnoso picante asesino recubierto de gelatina y rodeado de guindillas asesinas
Aun tratándose de una comida especial, a la que invitaba la profesora Cheng, este menú es representativo de lo que viene siendo mi nutrición en Mianyang en los últimos diez días: comida a espuertas y todo pica.
Lo de que todo pica es algo que si bien empieza chocando (recuerdo a mi amigo Frank, que decía que lo realmente malo del picante no era cuando entraba, sino cuando salía), termina convirtiéndose en una costumbre. A ello contribuye el efecto anestesia que se produce en la boca después de los dos primeros minutos de ingesta de guindillas.
Lo que resulta difícil de manejar es la cuestión de la cantidad. Además de los dos platos individuales que te caen por delante, tener rulando sobre la Lazy Susan (la superficie giratoria de vidrio que ocupa el centro de toda mesa de restaurante en China) la friolera de 16 fuentes de comida durante la friolera de 2 horas de almuerzo, en mí solamente tiene un efecto: el efecto llamada…no puedo contenerme…los que me conocéis sabéis de mi incontinencia: jamo, plimplo, devoro, degluto como un lambuzo. Y además aquí es señal de educación, con lo que a mi ritmo, debo parecerles el jefe de protocolo de la Casa Real…
La cuestión es que igual que todo fluye en las calles, en la mesa todo hace lo mismo…no hay nunca una idea de lo que estás realmente comiendo, no existe la unidad de referencia “plato”, ni “kilo”, ni orden establecido. La bebida fluye igualmente: cuando agotas tu vaso de cerveza, automáticamente alguien te llena el vaso, inasequible al desaliento. Brindis de cortesía tras brindis de cortesía, tras el “kampei” de rigor, son intraducibles a “botellas”, “latas”, o “litros”.
En la tierra de mis padres, el efecto definitivo de esto se llama ponerse como un sollo: dos agujeros de cinturón en una diez días, o lo que son casi dos kilos y medio…cuartito de kilo al día…y quedan cinco más.
Abrazos gordos
Plax
El año que viene te acompaño, mamona.
ResponderEliminarSe me ha hecho la boca agua leyendo el menú. Mato por el tallarín.
Y casi lloro de emoción, porque en vez de Myanyang había leído Pyonyang.
Un abrazo.
Fins Plax tacostumbraras tú xq yo estuve 1 mes en Mexico y no pude acostumbrarme a la fruta con pique y las piruletas con pique.... tú es q ademas de buen comer seras de traquea e intestino grueso de acero inoxidable. Lo de la ingesta sin mesura, q ya te lo he leido otra vez...pues te remito a aquel post espectacular sobre la barriguita femenina, aplicable 100% al genero masculino... tú mismo
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