domingo, 11 de marzo de 2012

Mavudi

Queridos amigos,

Hay otra historia africana que creo que merece un sitio aparte y os quiero comentar. Es más personal,  pero ha sido una de las impresiones más duraderas que me llevaré del viaje a Guinea.

Empiezo. Desde pequeño, mi madre siempre nos habló de su compañera guineana, Rady. Estuvo viviendo con ella durante cuatro años en la Residencia mientras estudiaba en Sevilla, una amistad hecha día tras día, de la que quedaban muchos recuerdos, manifestaciones de un carácter fuerte y alegre, historias compartidas.

Llegó el día que se separaron, en 1972. Rady tomó el tren para volver a Guinea. Mi madre la despidió en la estación. Desde entonces, no supo más de ella. Nos parece mentira hoy día, cuando tenemos email, roaming en el móvil, Facebook...pero ciertamente, hace cuarenta años muchas veces las despedidas eran para siempre.

Por eso, a mi madre se le iluminó la cara cuando le dije que iba a Guinea Ecuatorial con un proyecto de la Universidad. Normalmente suele mostrarse disconforme (siempre en broma), que nos vamos de viaje a "sitios raros", pero esta vez la cosa era diferente. Existía la posibilidad de volver a contactar con Rady.

Hacía tiempo, mi querido hermano Bisagra ya había hecho una búsqueda en Facebook con el nombre y los apellidos de Rady que resultó infructuosa, y por eso fui escéptico cuando empecé a buscar por internet. Sin embargo, hubo un resultado que dio cierta esperanza. Encontré la noticia de un miembro del Gobierno de Guinea con los mismos apellidos, cuyo nombre, Gabino, resonaba en el recuerdo de mi madre durante aquellas conversaciones que duraron años.

Decidido a jugar el todo por el todo, escribí un correo a mi amiga guineana, Laida, con la que nos habríamos de encontrar en el viaje. La sorpresa fue mayúscula: al escribirle un correo por si me pudiera ayudar, contándole el caso, dándole los apellidos y el nombre de Rady y de su hermano, Laida me contestó entusiasmada e incrédula, que estas dos personas eran primas de su madre...

No pude creérmelo. La casualidad había hecho que cuarenta años más tarde, mi encuentro con Guinea fuese de la mano de una sobrina de Rady. El correo había llegado a las ocho de la mañana, e inmediatamente, presa de la emoción, llamé a mi madre. Entusiasmada, no se lo pudo creer. Estaba ahí, tan cerca, a sólo dos llamadas que mi amiga quedó en hacer para intentar localizarla. "Mamá, escríbele la carta!", dije a mi madre. La alegría era difícil de contener.

Sin embargo, no pudo ser.

Un nuevo correo de Laida, a las tres de la tarde de ese mismo día, me comunicaba que tras hablar con su madre, había confirmado que efectivamente Rady era tía suya, pero que lamentablemente había fallecido hace años. Estaba yo trabajando cuando leí el correo, y he de reconocer que no pude evitar ponerme a llorar ante el monitor. Uno, que es sentimental.

Inmediatamente llamé a mi madre. La alegría de horas antes se transformó en un disgusto tremendo. Lo que parecía que había estado al alcance de la mano, después de tanto tiempo, de repente ya no estaba. Recuerdo que pasé una mala tarde. Mi madre ni os cuento. Qué pena.

El caso es que a pesar de todo, el viaje podía servir para saber qué había sido de su vida, si había tenido hijos, si había sido feliz...y me puse a contactar con un hermano de Rady, Santiago, que vive en Barcelona, para intentar saber algo más de ella. A pesar de que no fue fácil por mis horarios y los suyos, logré tener una conversación con él. Me dijo que Rady había muerto de forma muy repentina a causa de un cáncer (era de las pocas mujeres que fumaban en Malabo, y lo hacía sin pausa), y que había dejado dos hijos, Rafael y Pascual. E importante, que si preguntaba por ella en Malabo, que preguntase por Mavudi, que era el nombre de familia que utilizaba habitualmente.

En Malabo, entre visitas y visitas, conociendo el país y su gente, la tarea paralela fue localizar a los hijos de Rady, ahora Mavudi, para tener, aunque fuese, un mínimo contacto con ellos, para que supieran al menos que la amiga de su madre seguía teniendo un recuerdo cariñoso de ella.

Gracias a dos familiares de mi amiga Laida, su encantadora tía Perempé y su amable primo Héctor, pude contactar con ellos. Tuve la suerte de encontrarme con Rafael y Pascual, hijos de Mavudi, el lunes de hace ya dos semanas, poco antes de mi vuelo de vuelta. Sorprendidos por la situación y las carambolas de la historia, me recibieron en su casa. Estuvimos hablando buena parte de la tarde.

(Casualidades de la vida de nuevo, la casa estaba en Los Ángeles, uno de los barrios que yo había estado estudiando la semana anterior. Había pasado por la puerta de la casa de Mavudi, había hecho fotos a su tejado roto por el impacto de una rama de árbol, solo una semana antes...)

De nuevo, sentimental como soy, no pude evitar las lágrimas cuando Rafael y Pascual me enseñaron la foto de su madre. Las mismas lágrimas que compartí con mi madre a la vuelta, cuando le enseñé la fotografía. Pero al menos pude hablar con los hijos, saber qué había sido de su vida, confirmar que había sido una persona alegre, con tremendo carácter, que vivió feliz, y que se fue de manera rápida e imprevista. Conseguí montar, aunque fuese a trozos, la historia de Rady.


La historia de Mavudi. Que como tanto me ha marcado en esta experiencia, quería compartir con vosotros, amigos. Por ella, por mi madre y por su amistad.

Abrazos

Plax

7 comentarios:

  1. Me ha encantado el post plax, no he podido evitar emocionarme...

    Un abrazo

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  2. Me uno al comentario anterior.
    Un fuerte abrazo para ti (y para tu madre) desde los estates

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  3. Absolutamente conmovedor...
    Un abrazo.

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  4. Me alegra leerte de nuevo miniurgo.

    Un abrazo.

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  5. Un abrazo D'logsli. Mis semanas laborales de 75h me están asfixiando...

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  6. Sé lo que era y es Rady para Mamá, la emoción con la que siempre ha hablado y hablará de su amiga, de las bromas que se gastaban en la residencia, de las risas y peleas de dos compañeras de habitación a las que cuatro años de convivencia unió para siempre. Sé la ilusión que le hizo la posibilidad de volver a saber de ella e intentar organizar un reencuentro, la cara de alegría cuando se enteró de la mera posibilidad de poder escribirle una carta a su amiga y la decepción de ver esa posibilidad truncada... Ella ha conseguido que incluso sus hijos hayamos sentido la pérdida de una amiga a la que jamás conocimos.
    Porque esta es otra gran enseñanza de Mamá, el verdadero valor de la amistad. El

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