Antes de dormir, consulto las noticias en la BB y caigo en el más profundo de los desalientos. Después de dormitar un par de horas, me desvelo, incrédulo, y vuelvo a caer en la espiral de falta de sueño que me trae de cabeza en los últimos tiempos...
Yendo al grano, la noticia que me desvela anuncia el cierre de la marca Hummer por parte de la General Motors, después de un delirante e inverosímil intento de venta a una multinacional china (!!!), de nombre Tengzhong, y un fantasmagórico traslado de la producción a Venezuela (!!!!!!!!!!!!!!!). Ver para creer...
Durante cerca de veinte años, el Hummer ha simbolizado la apoteosis de los esquemas mentales que han gobernado el mundo en los últimos tiempos. Para empezar, la globalización: las carambolas geográficas de su producción en los últimos años nos hablan de un carácter profundamente mestizo en lo que inicialmente fue un producto del nuevo auge militar incontestable de los Estados Unidos tras la desaparición de la Unión Soviética, y que se demostró en la primera Guerra (Farsa) del Golfo, primer escenario en el que el antecesor del Hummer, el Humvee, entró en acción.
Luego llegó la leyenda urbana, la de un Schwarzenegger todavía dedicado a la interpretación cinematográfica (completamente análoga a la que representa hoy día al frente de la cuarta economía del mundo, California), que fue quien propuso a GM la producción en serie del vehículo, en lo que, de ser cierto, habría de ser una formidable demostración de intuición. Desde la producción del primer H1, el Hummer adquirió la condición de mito: un vehículo capaz de aplastar sin miramientos cualquier otro obstáculo que se presentase en la carretera, fuese una roca de 5 toneladas al recorrer los cañones de Arizona, un elefante de safari por África, un peatón en una civilizada ciudad europea o un utilitario cualquiera en cualquier autopista de Japón. El Hummer era la testosterona cristalizada y rodante, y a su paso las cabezas se giraban, en una mezcla de terror, congoja, envidia y admiración.
El Hummer representa lo peor de la sociedad contemporánea: su consumo en ciudad, cercano a los 25 litros, y en carretera, a los 15 cada 100 kilómetros, simbolizaba la lógica del despilfarro, del fin de la autocontención que se había instalado en la economía y que sin miramientos esquilmaba el medio ambiente. Una demanda energética que sólo hacía retroalimentar el apetito voraz de la nación americana, que falta de tapujos, volvía a intervenir en el Golfo en 2002, en una jugada destinada a garantizar el abastecimiento energético de un modo de vida instalado en la especulación, y que en nuestro país el infame señor del largo dedo corazón, flequilloso y bigotudo, se encargó de avalar en la ridícula pantomima de las Azores.
No sólo se trataba de la agresividad en movimiento y de su insostenible voracidad de combustible. También el Hummer era, por antonomasia, el paradigma del vehículo antisocial. Yo mismo era testigo de cómo, en los parkings de los shopping malls de Houston, Las Vegas y Phoenix, los conductores y conductoras de Hummers aparcaban invariablemente y sin pensarlo sus tres toneladas...encima de los aparcamientos reservados para minusválidos. ¿La razón? Por su mayor anchura, eran las únicas plazas de aparcamiento en las que cabían. Así de crudo. Fuck the disabled, I´m here to stay...
Sin embargo, ahí donde termino de glosar la monstruosidad del Hummer, aparece de nuevo la inevitable contradicción, y llega a través de los recuerdos, de la memoria, de todo aquello que no se perdió como las lágrimas en la lluvia de Roy el nexus 6 en la azotea del edificio Bradbury de Los Ángeles...esa memoria me conecta de inmediato al Tirano y a Jose, a cómo lo que inicialmente fue considerado un atrevimiento, una locura, terminó siendo uno de los mayores aciertos del viaje a Estados Unidos en verano del 2006.
Sí, con todos mis respetos, y sincerándome ante el universo 2.0., reconozco que salió de mí la lidea de alquilar un Hummer H3, amarillo y con los cristales tintados, en la oficina de Avis del aeropuerto internacional de Los Ángeles: el típico Hummer, nos dijeron nuestros amigos, que conducen los traficantes de South Central.
Y reconozco sin ningún tipo de arrepentimiento haber experimentado una satisfacción íntima al haber visto en los otros conductores de la autopista, circulando a la altura del Staples Center, esas caras de terror, congoja, envidia y admiración.
Y reconozco haber machacado la naturaleza quemada del estado de Nevada conduciendo offroad, fuera de la carretera y los caminos (para ser más exactos, conducido por Jose), destripando terrones de arcilla seca, quemando litros de gasolina camino a Las Vegas, comiendo beef jerky mientras el motor rugía, y rugía, y rugía.
Y no aparcamos en las plazas de minusválidos, pero reconozco haber ido como un macarra, esta vez con el volante en las manos del Tirano, con el equipo de música a 150 dB, escuchando 50cent, por Venice Boulevard, saliendo del motel super 8, camino de la playa de Santa Monica.
Y esos momentos no se perderán, porque con todos esos decibelios también pasamos por debajo del Bradbury Building en el downtown de L.A., y Roy, el pobre Nexus 6 que seguía desde 1982 parado en la posición del loto en la cubierta, despertó en ese momento, 24 años más tarde, a causa del ruido ensordecedor. Se acercó al borde de la azotea y vio nuestro Hummer amarillo circulando a la altura del 304 de South Broadway y se acojonó.
Y de eso, como nosotros, Roy no se olvida...
Larga vida al Hummer.
(Chócala, Tirano)
Insomnes abrazos