El fin de semana pasado tuve la primera toma de contacto con Sevilla por la noche, tras una desconexión de varias semanas, que me dejó rumiando un post que lanzo ahora, ocho días después.
Esta reflexión vino al hilo de la visita a los corrales de la calle Castellar, convertidos en sólo dos meses en nuevo epicentro de la movida pretendidamente alternativa sevillana.
Y digo pretendidamente alternativa, porque me sorprendió ver que junto a lo que conocía, que eran locales más bien modestos, donde podías echar la noche de forma relajada, habían hecho ya su desembarco los inevitables empresarios de la noche sevillana. Ya era posible reconocer caras de gente con negocios en la Alfalfa y el Arenal, zonas venidas a menos en los últimos tiempos por la pujanza del centro histórico Norte, y en especial de ese espacio bullicioso y profundamente PoNi que es la Alameda.
No teniendo nada en contra de esos empresarios que como todo el mundo se buscan la vida, empecé a ver cómo lo que había sido un emplazamiento privilegiado del centro de la ciudad, tranquilo y pausado, empezaba a ser invadido por la marabunta. Y que conste que yo mismo soy parte de esa marabunta: no he sido nunca asiduo de los corrales de Castellar, pero las contadas veces que he ido en los últimos años me dejaron siempre la sensación grata de la pequeñas cosas, preservadas precariamente, de ser un micromundo aislado que en el momento que se abriese a lo público se pudiera quebrar.
La impresión que me dejó la visita de la semana pasada es que tal vez se haya traspasado ese umbral. Que tal vez se asista de nuevo a la muerte por éxito de otro espacio más de la ciudad, como el niño de Solo en casa, que cuando se hizo mayor sólo la pudo cagar. Se ha llamado mucho la atención sobre el carácter único, histórico, espacial y social, que tienen los corrales, y sería una pena que se echaran a perder, precisamente, por quererlos demasiado.
Porque este pastel que empiezan a partir los empresarios de la noche lleva siendo desde hace mucho tiempo un solar demasiado goloso para los promotores inmobiliarios. Y porque a su espacio abierto da la cabecera de la cama de alguien como nuestra querida Duquesa de Alba, que aunque nos riamos mucho de ella, es lamentablemente un poder fáctico de peso en esta ciudad. Y que en el momento que no pueda dormir después de echar un carpinto con su guayabo, manda un paje a Zoido para que primero manden a los municipales, luego cierren los corrales, los recalifiquen y en tres años, en el mejor de los casos, un H&M, un Zara y un Starbucks abiertos de 10:00 a 22:00, o si nos ponemos económicamente creativos siguiendo las tendencias del momento, lo mismo llaman a un empresario americano para que monte una noria y pa qué queremos más.
Ahí lo dejo, esperando que la historia no vuelva a repetirse. Y que no sólo no matemos a la gallina de los huevos de oro, sino que también respetemos su corral.
Esta reflexión vino al hilo de la visita a los corrales de la calle Castellar, convertidos en sólo dos meses en nuevo epicentro de la movida pretendidamente alternativa sevillana.
Y digo pretendidamente alternativa, porque me sorprendió ver que junto a lo que conocía, que eran locales más bien modestos, donde podías echar la noche de forma relajada, habían hecho ya su desembarco los inevitables empresarios de la noche sevillana. Ya era posible reconocer caras de gente con negocios en la Alfalfa y el Arenal, zonas venidas a menos en los últimos tiempos por la pujanza del centro histórico Norte, y en especial de ese espacio bullicioso y profundamente PoNi que es la Alameda.
No teniendo nada en contra de esos empresarios que como todo el mundo se buscan la vida, empecé a ver cómo lo que había sido un emplazamiento privilegiado del centro de la ciudad, tranquilo y pausado, empezaba a ser invadido por la marabunta. Y que conste que yo mismo soy parte de esa marabunta: no he sido nunca asiduo de los corrales de Castellar, pero las contadas veces que he ido en los últimos años me dejaron siempre la sensación grata de la pequeñas cosas, preservadas precariamente, de ser un micromundo aislado que en el momento que se abriese a lo público se pudiera quebrar.
La impresión que me dejó la visita de la semana pasada es que tal vez se haya traspasado ese umbral. Que tal vez se asista de nuevo a la muerte por éxito de otro espacio más de la ciudad, como el niño de Solo en casa, que cuando se hizo mayor sólo la pudo cagar. Se ha llamado mucho la atención sobre el carácter único, histórico, espacial y social, que tienen los corrales, y sería una pena que se echaran a perder, precisamente, por quererlos demasiado.
Porque este pastel que empiezan a partir los empresarios de la noche lleva siendo desde hace mucho tiempo un solar demasiado goloso para los promotores inmobiliarios. Y porque a su espacio abierto da la cabecera de la cama de alguien como nuestra querida Duquesa de Alba, que aunque nos riamos mucho de ella, es lamentablemente un poder fáctico de peso en esta ciudad. Y que en el momento que no pueda dormir después de echar un carpinto con su guayabo, manda un paje a Zoido para que primero manden a los municipales, luego cierren los corrales, los recalifiquen y en tres años, en el mejor de los casos, un H&M, un Zara y un Starbucks abiertos de 10:00 a 22:00, o si nos ponemos económicamente creativos siguiendo las tendencias del momento, lo mismo llaman a un empresario americano para que monte una noria y pa qué queremos más.
Ahí lo dejo, esperando que la historia no vuelva a repetirse. Y que no sólo no matemos a la gallina de los huevos de oro, sino que también respetemos su corral.
Así es querido Plax, antes lo dices, antes ocurre...
ResponderEliminarAnoche pasaba por la puerta de los corrales, y las fuerzas del orden, nacionales y guindillas, procedían al desalojo...no sé si fue noble hartazgo o sumisión municipal, pero el hecho es que allí estaban.
Pues es una pena doble, querido Marcos...porque no sólo puede ser el principio del fin de los corrales, para que queden igual que quedó la fábrica de sombreros, sino porque se comprueba de nuevo la falta de imaginación para un lugar como éste, que no sea para destinarlo de nuevo a local de copas al aire libre. La de cosas que se pueden hacer en ese sitio, de nuevo truncadas pa ná. Descansen en paz.
EliminarUn abrazo.