viernes, 31 de octubre de 2014

La lección de humildad

Una de la tarde, en una oficina de China Post en el barrio donde vivo en Shanghai. Una pareja se me cuela en la cola: me ha vuelto a pasar.

Enojado, no digo nada pero me planto al lado de ellos en el mostrador: no me van a ningunear. Pero ni me miran. Pienso: como siempre, la táctica china de hacerse los locos.

No entiendo lo que dicen, pero pronto percibo que me he equivocado. Al entrar, ya había visto en la balanza del funcionario el paquete blanco que ellos iban a mandar. Avergonzado, decido ya que de perdío al río: me quedo en el mostrador, donde la pareja sigue gestionando su envío sin inmutarse. Pienso que qué energúmeno he sido. La pareja termina y se van, tranquilos, sin saludar.

Es mi turno. Empiezo a hablar con el empleado, que no habla ni papa de inglés. Pienso que a ver cómo me las voy a aviar para hacerle el favor al amigo que me ha pedido que enviase este sobre grueso con cuadernos a Chile. 

Pasan tres minutos de diálogo de besugos: soy yo el que para él le debo estar sonando a chino. De repente, la pareja, que veo que realmente ha estado atenta a mi presencia desde el comienzo de la escena, se acerca, y en un inglés voluntarioso me empieza a ayudar. 

Se entienden con el funcionario. Me rellenan el impreso que tengo que escribir en chino. Me preguntan amablemente qué hago en Shanghai: ellos resultan ser estudiantes de medicina de la misma Universidad donde doy clase. Tras cinco minutos de diálogo a tres bandas, mi envío queda hecho.

Antes de irse, el chico saca un papel y escribe su nombre y su número. Me dice: por favor, llámenos si alguna vez necesita que le ayuden en alguna gestión como esta, que podemos hablar chino por usted.


Me despido de ellos en la acera. Me quedo mirando el trozo de papel, y a ellos, cómo se alejan pacíficamente en otra dirección. Otra vez en China, quien menos me esperaba, me da una lección de humildad. 

Gracias a ellos, abrazos a vosotros.

Plax

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