domingo, 26 de enero de 2014

Tecnoternura

Fue hace poco, preparando un artículo con mi equipo, que tuve que contactar a través de Skype con una amiga que vive en Guinea Ecuatorial. Acto cotidiano para muchos, yo no dejo de maravillarme cada vez que pienso en las posibilidades que se abren utilizando una herramienta que te permite estar en contacto y trabajar con gente alejada físicamente, pero afín en las preocupaciones, los intereses y la curiosidad.

Fue cuando comenzamos a hablar sobre el texto que escribíamos, que tuvimos una conversación sostenida de unos 40 minutos, en modo audio, que no terminó pero que empezó a llenarse cada vez de más monosílabos, seguidos de alguna pregunta, una respuesta breve, y silencios cada vez más largos...como cuando alguien se duerme, o se distrae, al otro lado solamente se oía algún ruido ambiental; alguna voz lejana, el escape de una moto pasando por debajo de su ventana en Malabo...

Acostumbrado a hacer que los contactos por Skype sean iguales en su forma y contenido que a las llamadas de teléfono, llamar, hablar y colgar, esperé un poco, y a los tres minutos de silencio continuado le pregunté a mi amiga:

- "Oye, ¿sigues ahí?",
- "Sí...¿por qué?", me respondió ella.
- "No, por nada, es que normalmente, cuando acabo de hablar por Skype, corto y sigo con otra cosa, u otra llamada..."
- "Ah, yo no...es que con esto de vivir aquí sola, cuando llamo a alguien; a mi marido -que vive en Pamplona- o a mi madre -que vive en Barcelona-, siempre dejo abierta la llamada, para tener la sensación de estar acompañada...¿te parece bien que sigamos así, trabajando un rato?"

A lo que con una sonrisa que ella no vio tuve que decirle que por supuesto, que siguiéramos así...tres horas a micrófono abierto, como si estuviera sentada al otro lado de mi pantalla, con sonidos de teclados, papeles que se mueven en las mesas, atendiendo a alguna que otra llamada de móvil, algún comentario casual...y la sensación tan extraña como agradable de que la pared frente la que escribo se alejaba 4.000 kilómetros, por encima del desierto, el océano y la selva. Un antídoto al trabajo solitario de uno y otro, que le agradecí entonces y que esta mañana, escribiendo frente a la pared ahora cercana, con el ordenador ahora callado, he recordado con cierta tecnoternura...

Feliz domingo, amigos.

2 comentarios:

  1. Qué difícil se hace a veces vivir fuera... y sola. La entiendo perfectamente a tu amiga. La primera vez que me enfrenté a esa situación no había móviles e internet era una cosa nueva que aún no usabamos casi nada, no teníamos ni correo electrónico... de entonces conservo un montón de cartas en papel (por cierto, la mayoría de unos cuantos compañeros vuestros del SFP) que eran mi tesoro. Lo de llamar por teléfono, era un lujazo que permitía sólo de vez en cuando cuando me entraba la bajona total. Esas situaciones son duras y a la vez te hacen estar contigo misma cómo es imposible en tu país, en tu casa, con tu gente cerca.

    ResponderEliminar
  2. Uff...me recuerda también mi Erasmus...yo creo que para entonces sí tiraba bastante del correo electrónico, pero ciertamente era otra experiencia. Esta última vez que he estado fuera, entre Skype, correos y wasap, me daba la impresión, a veces, de no haberme ido...

    ResponderEliminar