A lo largo del trayecto de regreso a Sevilla desde la Banlieu con Playa, desde Chipiona, he recordado mucho de lo que fue y ya por desgracia no es, ese curioso lugar llamado Chipiona, expresión máxima de la socialización del veraneo.
Y entre el conjunto de nostálgicos recuerdos, destacaba la pérdida de los cines de Chipiona. Del de verano y del de invierno. Pero sobre todo del de invierno. Es una pena que la cultura del centro comercial y su arrasador multicine haya extinguido la especie de los cines.
El cine de invierno de Chipiona era especial. Reponía durante cada día del verano, cada uno de los éxitos del invierno. Era la oportunidad perfecta para ver alguna de las películas que te habías perdido. A mitad de precio. Y no sólo por el hecho de ser una reposición, sino porque el sonido también se escuchaba la mitad de bien que en el cine de Sevilla, amplificado por el ensordecedor ruido de la turba que ocupaba las butacas del cine. Era enorme. No sabría cuantificar el número de butacas, pero no me equivocaría mucho si dijera que eran alrededor de 500 butacas... y es que desde la última fila hacían falta prismáticos y desde la primera te morías del mareo. Este cine era especial.
Y lo he traído a esta serie de experiencias esperpénticas porque, en mitad de todos estos recuerdos, me ha venido súbitamente a la mente, el día que fui a ver con Afrodita, Titanic.
Película del género pasteleo derrochador, inmerecedora de sus innumerables premios y oscars, pero que no podías dejar de ver. Y nada mejor que aprovechar su reposición en Chipiona para ello.
El pasteleo en Chipiona alteraba de manera sobrenatural a la turba. Y en la máxima expresión del pasteleo, en Titanic, La gente no paraba de aplaudir, silbar, gritar, tirar palomitas al aire, hacer el pino en mitad del pasillo... pero lo mejor, lo mejor y a la vez esperpéntico que he experimentado en un cine con mucha diferencia fue cuando en mitad de la escena más trágica y emocional de esta sucesión infinita de pasteletes...
Cuando todos teníamos las lágrimas saltadas, y por un instante el cine de invierno de Chipiona experimentó el mayor silencio de toda su historia... en mitad de esta escena, al aparecer Jack congelado... un cani arquetipo de la Banlieu, se pone de pie en mitad de la sala y con los brazos abiertos apuntando a la pantalla, espeta al aire a cien mil decibelios de potencia:
Quilloooooooooooooooo, t'as quedao mas tiezo q'un nabo!!!!!!!!!!!!!!!!
Esperpéntico. Y desgarradora esa experiencia de no saber si llorar a moco tendido o tirarte al suelo de la risa.
Una pena que demolieran el cine para edificar, cuando haya dinero, un museo para Rocío Jurado.
Minirugo.
La rentabilidad mueve los espacios que se habían fijado en nuestros sentimientos a base de tradición: ahora ningún centro de ciudad o población es lo que era. Saludos.
ResponderEliminarLa primera vez que salí con mis amigos fui al cine rialto, hoy un supermercado...
ResponderEliminary el florida es un fort lukas...
Ya queda menos para q echen el cierre el cine alameda o el Cervantes....
Una pena lo de los cines!
Yo me he tirado al suelo con el "quejío" del cani.
ResponderEliminarCómo estará de decadente Chipiona que el propio Willy dice que no va porque "es muy cani"...
Pero el pueblo está preocupado por los molinillos de la central hidroeléctrica que le van a estropear el paisaje, ¿no, Minirgo?
Yo, como usuario de Chipiona durante algunos años de mi vida, en experiencias compartidas con el propio Miniurgo, que con generosidad me acogía en su casa, he de decir que de cani que es, resulta hasta interesante...Chipiona logra darle la vuelta a la tortilla...y la anécdota del nota enmedio del pasillo es ya antológica...gracias Miniyo por la reflexión...
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