Oasis en desiertos aneuronales

Hay lugares en los que el alma se encuentra a sí misma e intenta aferrarse a él, luchando contra la racionalidad cobarde del cerebro, con la misma fuerza con la que Desmond Hume se aferraba a su Constante.

Lugares en los que te replanteas tu existencia en su totalidad y en los que dudas sobre si tu devenir pasado debería determinar tu devenir futuro, sobre si tu hoja de ruta vital requeriría ser alterada para satisfacer los deseos de felicidad de tu alma.

Uno de esos lugares que mi alma ha encontrado es Vilacampina, en Tavira. La tan acojedora como trendy casa de huéspedes de la hospitalaria Sofía, alejada del bulllicio algarveño, de los resorts, de los lujos, de las playas. En el entorno menos bello pero más tradicional del Algarve, y sin embargo más inspirador para mi alma.


Dialécticamente nada que ver con lugares terroríficos, convertidos en Banlieus con Playa, en los que el desarrollo y burbuja inmobiliaria, ha convertido las playas más cercanas de Sevilla, entre ellas Chipiona. Mini urbe en la que el descanso, meditación, reposo, desconexión... son conceptos aún no materializados por el Demiurgo, así como tampoco el respeto por la propiedad privada.

Será por esto último, que este fin de semana a un gandúl se le ocurrió tunearme el coche con un grafiti blanco, sin consultarme antes si me parecía o no apropiado.


Sentado en el coche, justo antes de enfrentarme a dos horas de retenciones, con la visión de la puerta del coche tuneada destelleando como en Ojos con Cataratas, y reflexionando sobre la suerte injusta que Chipiona había tenido frente a Hiroshima, y sobre el futuro que yo le daría en ese momento a las ordas de gandules canis descerebrados que inundan nuestra ciudad y sus playas más cercanas... decidí de repente relajarme pensando en Vilacampina, y en Sofía, su hospitalaria dueña y demiurga de un oasis que añoraba más que nunca, movido por mi alma, en el desierto aneuronal en el que me encontraba en esos momentos...

El Miniyo del Demiurgo.